miércoles, 8 de marzo de 2017

La vida sin un diente de leche


Ya sabéis, por redes sociales, que Irene ha perdido un paleto de leche con apenas dos años y díez meses.

No quería dejar de plasmar, en este mi diario particular, un hecho tan significativo e importante por si alguien tiene que pasar por la misma situación.

En año y medio Irene sufrió varias caídas y golpes en la encía, los primeros no afectaron a los dientes (aunque uno fue bastante aparatoso), pero el último (un cabezazo de su hermano) provocó que saliera una infección encima del paleto. Esta infección se trató de varias formas, la primera con antibiótico tanto en la versión tópica como la tomada y al ver que no se quitaba el flemón se hizo una pulpoctomía, a mediados de diciembre, y parece que la cosa funcionaba. 

Pasado casi un mes todo iba bastante bien, cada dos días le mirábamos la encía para ver si el flemón estaba o no, y en principio no se veía mal (aunque ahora sé que bien del todo tampoco estaba), la niña no se quejaba pero le molestaba y no quería comer por ese lado. Un día me dio una corazonada, levanté el labio y vi otra vez el flemón y la infección. 

Volvimos a pasar por el dentista, nuevo drenaje, limpieza, ciclo de antibiótico... pero pasados veinte días eso seguía igual, Había llegado el momento que todos temíamos, teníamos que quitar el diente.

La primera vez que la odontopediatra me habló de esta posibilidad me derrumbé, recuerdo que ella con mucha dulzura me explicó que no pasaba absolutamente nada, que "era una cosa puramente estética" y que la niña iba a seguir siendo "tan lista, divertida, feliz y guapa como hasta ahora"... ahora lo veo con perspectiva y sé que tenía más razón que un santo pero ese día lloré muchísimo porque no quería ver a mi niña mellada.

No ha sido un trago fácil, mentiría si dijese lo contrario, el día de la extracción fue horrible, Irene ya estaba harta de ir al dentista y no quería ni subirse a la camilla, además le dolía, tenía infección... el proceso fue muy duro, lloró, pataleo, chilló, suplicó... y al final tuve que tumbarme yo con ella y sujetarla mientras se lo quitaban. Fue duro, muy duro, pero se acabó.

Ella llegó a casa feliz, aun habiendo pasado por un mal rato, porque esa noche iba a venir el Ratón Pérez. Le preparamos su puerta y esperamos. A la mañana siguiente estaba genial, contenta, feliz, súper guapa y con unas ganas locas de ver lo que le había dejado el ratón... yo tenía miedo de verla rara pero como estaba tan contenta y llena de ilusión la verdad es que los miedos se fueron por la puerta.


Ahora sí que veo a mi niña bien del todo, sin dolor en ese lado de la boca, con una encía sana, comiendo sin miedo... y lo mejor de todo es que sigue siendo ella, inteligente, divertida, feliz, guapa y con una cara de traviesa que está para comérsela.

Dentro de unos años saldrá el diente definitivo y todo esto será tan solo una anécdota mientras en casa somos felices, que no es poco.

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